Haciendo un poco de historia, en la Argentina, inicialmente había Jardines de Infantes que recibían chicos de 4 a 5 años, como una “preparación” para la escolaridad propiamente dicha, la escuela Primaria.
Luego las edades se ampliaron a 2 y 3 años y los Jardines desarrollaron sus propias propuestas pedagógicas, comenzó a considerarse como una etapa en sí misma, en donde los chicos comparten un proceso educativo con sus propios objetivos.
Por otro lado estaban los jardines maternales considerados lugares de cuidado y atención de bebés para las mamás que trabajan desde los 45 días hasta 2 10 3 años, ubicados, en algunos casos en los mismos lugares de trabajo.
En este proceso las buenas escuelas primarias fueron incorporando la sala de preescolar para chicos de 5 años que devino obligatoria, pero comenzaron a instruir a los chicos de 5 años como antes instruían a los de 6.
Las edades se ampliaron y las mismas primarias incluyeron salas de 4, 3, 2, años hasta bebés. Este fenómeno generó la paulatina desaparición de los Jardines de infantes, y las familias se fueron viendo en la “obligación” de inscribir a sus hijos en escuelas que sentían que tenían aseguradas las vacantes para una buena educación para toda la carrera escolar, ¡incluyendo a veces los estudios terciarios!!!
Los colegios se transformaron entonces en grandes centros de estudios, y para los padres suele ser un alivio sentirse contenidos en esta estructura.
El problema radica en que estas grandes estructuras, suelen tener más interés educativo en la etapa Primaria y Secundaria y el Jardín de Infantes es considerado apenas en un tránsito para acceder a la “verdadera escolaridad”, desde el punto de vista de lo intelectual y de los contenidos.
Este tipo de Instituciones, ofrecen instrucción, acceso a la cultura, socialización y espera resultados concretos. Son colegios muy valorados por su nombre o trayectoria o por el nivel académico, pero por sus características tienen pocas posibilidades de comprender y acompañar a las necesidades de los más pequeños.
Los padres a veces depositamos exageradamente nuestras expectativas en el desarrollo intelectual, dejando de lado lo emocional como si fuera posible, como si fueran áreas posibles de ser disociadas en la unidad y singularidad que somos todos los seres humanos, grandes o chiquitos.
Lo emocional está íntimamente implicado en funciones como la comprensión de la realidad, del mundo interior , de la percepción, necesarias para el aprendizaje.
Hay chicos que por sus características, por su historia, tendrán posibilidades de enfrentar las exigencias externas, incluso a veces desproporcionadas, con éxito, adaptándose o sobreadaptándose.
En casos de mayor fragilidad, no logran responder como se espera y desplazan su sufrimiento hacia algún síntoma y las familias, también por sus propias carencias delegan el sostén emocional en la escuela o la culpan por el fracaso.
Es importante entonces que la elección del tipo de escuela, como de otro tipo de elecciones para los chicos, estén en línea con poder respetar las reales características y necesidades de los chicos, poder verlas y no elegir desde nuestras propias expectativas.
Tener en cuenta además las características de las escuelas: más flexibles o más estructuradas, más abiertas a aceptar las diferencias de cada chico o no, más abiertas al intercambio con los padres en el trabajo conjunto, cada uno desde su lugar, o menos permeable a la participación familiar.
En síntesis, es una tarea permanente poder escuchar a los chicos, sus deseos, acompañarlos en cada etapa. Sostenerlos en sus cambios, en su crecimiento requerirá también el trabajar sobre nosotros en el vínculo con ellos.