Está agotado el modelo de papá dedicado sólo a proveer de apellido, de sostén material y de recompensas y castigos. Algunos hombres continúan con este estereotipo porque es lo único que conocen, otros desertan sin reemplazarlo o sin encontrar una instancia transformadora.
Hay padres que logran estar más cerca emocionalmente de sus hijos y tienen presencia en la crianza, pero en la mayoría de los casos son aún “colaboradores” de quien en nuestra cultura, aparece todavía (consciente o inconscientemente) como la dueña de los hijos “la mamá”.
El paso dado por estos varones es importante y marca una tendencia, denuncia la necesidad de reinstalar al padre en un lugar central y no marginado a sus funciones de “proveedor”.
Este nuevo lugar es una construcción en que participan ambos, para que los papas puedan asumir este nuevo lugar, también tienen que dar lugar las mamás.
El desafío para los hombres contemporáneos es la de hacer de la paternidad una exploración abierta y colectiva, persistir en la transformación del rol y recuperarlo en su totalidad.
Ser padre es cosa de hombres y en el ejercicio de una paternidad plena, emocional, espiritual, física, gestual y verbal, empieza a construirse también un modelo pleno, nutriente, sensible y sólido de masculinidad, en el padre y en el hijo. Esto no es nuevo, esto fue y es una necesidad permanente.